En la historia de la ingeniería siempre ha habido ingenieros que no han gozado de un reconocimiento a la altura de sus éxitos. Este es el caso de Leonardo Torres Quevedo. Este ingeniero cántabro, nacido en 1852, fue inventor y pensador. Torres Quevedo destacó por el desarrollo de autómatas y sistemas de control. Entre sus inventos más importantes cabe citar el Ajedrecista, una máquina con capacidad de jugar al ajedrez de forma autónoma, y el Telekino, un sistema de control remoto.
Los actuales juegos de ajedrez frente a un ordenador o el piloto automático de los aviones tienen un origen común: Leonardo Torres Quevedo. La trayectoria de este ingeniero se inició a raíz de sus viajes por Europa para conocer los últimos avances tecnológicos. Uno de sus primeros trabajos fueron los transbordadores; dejó su sello profesional en el transbordador que cruza las cataratas del Niágara, que sigue en funcionamiento desde 1916.
La computación y la inteligencia artificial fueron su campo de investigación y desarrollo. En este ámbito destacó por sus contribuciones al desarrollo de las primeras calculadoras digitales. Leonardo Torres Quevedo aplicó sus avances a los dirigibles, para que se pudiesen pilotar a distancia. Sin duda, el invento más importante fue el Telekino, que lo convirtió en un pionero, junto con Nikola Tesla, en el desarrollo de sistemas de control remoto mediante ondas de radio.
Leonardo Torres Quevedo cuenta con su propio museo, ubicado en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos de la Universidad Politécnica de Madrid.
La Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos alberga una colección de máquinas e instrumentos pertenecientes al ingeniero Leonardo Torres Quevedo (1852-1936). La colección consta tanto del material utilizado por Torres Quevedo en sus investigaciones y desarrollos técnicos como de algunos prototipos de sus ingenios electromecánicos. Junto a estos aparatos se muestran planos y esquemas originales que explican el funcionamiento de los artificios expuestos. El fondo del Museo Torres Quevedo lo integran máquinas matemáticas de carácter analógico, los prototipos de ajedrecistas y algunas maquetas, entre ellas la del trasbordador instalado sobre las cataratas del Niágara.
Los ingenios matemáticos construidos por Torres Quevedo, como el resto de los analógicos de la época, utilizan procesos físicos (rotaciones, potenciales, corrientes eléctricas) para obtener una solución matemática. La idea abstracta inherente a un cálculo matemático concreto se transforma en una manifestación física cuyo resultado solventa el problema matemático. Utilizando estos sistemas analógicos, Torres Quevedo elaboró un buen número de máquinas; algunas de ellas, una calculadora algebraica y un aparato para la resolución de ecuaciones de segundo grado, se custodian en el Museo.
Además de estos prototipos, fruto de su investigación personal, Leonardo Torres Quevedo desarrolló otros instrumentos técnicos específicamente diseñados para las necesidades de investigación de laboratorios españoles. Entre ellos figuran los microtomos panorgánicos de congelación (de los que se conserva una magnífica muestra en el Museo), especialmente diseñados para obtener secciones de centros nerviosos. Además de estos aparatos mecánicos, se realizaron otros, electromecánicos, también empleados en la investigación española de comienzos del siglo XX, como el estalagmógrafo, pensado para medir el goteo de un conducto (una vena o arteria) en un intervalo de tiempo. Este aparato fue desarrollado a instancia de Juan Negrín para su uso en el Laboratorio de Fisiología de la Residencia de Estudiantes.
La visita al Museo Torres Quevedo es obligada para todo aquel profesional de la ingeniería y de la historia que quiera profundizar en los avances de los últimos siglos.
Finalmente, cabe señalar que este ingeniero ilustre da nombre a un premio nacional de investigación, las ayudas para contratos Torres Quevedo, convocado por el Ministerio de Industria, Economía y Competitividad. Este premio de ingeniería se creó en el año 1983 y se convoca con una periodicidad de dos años. Su objetivo es reconocer los méritos de investigadores y científicos españoles que realicen «una gran labor destacada en campos científicos de relevancia internacional, y que contribuyan al avance de la ciencia, al mejor conocimiento del hombre y su convivencia, a la transferencia de tecnología y al progreso de la humanidad».