Pocas personas fueron tan visionarias como Isaac Peral y Caballero, uno de los más ilustres marinos, militares y científicos. Pero, a su vez, pocas personas tuvieron que padecer las desgracias por las que pasó Isaac Peral. Nacido en 1851 en Cartagena, Peral pertenecía a una familia con gran tradición militar. Su padre y sus dos hermanos mayores fueron experimentados marinos, con lo que no es de extrañar que Isaac siguiera sus pasos. Lo que sí es llamativo es la edad en la que su madre lo alistó en el cuerpo de marina: solo ocho años. Ante las ausencias de su marido y las apreturas económicas, Isabel Caballero envió a la reina Isabel II una solicitud para que su hijo Isaac obtuviese el título aspirante de Marina y pudiese usar el uniforme oficial, a condición de que ingresara en la academia naval una vez haya alcanzado la edad pertinente.
Y fue, precisamente en 1865, cinco años después, cuando un Isaac de catorce años entraba en el Colegio Naval Militar de San Fernando. Allí descubrió su destreza con la física, la aritmética, la geometría y el álgebra consiguiendo, por ello, el grado de guardamarina en su primer año enrolado. Pero no sólo se interesó por las matemáticas. Peral puso interés en todo lo relacionado con la náutica y la navegación, ganándose el apodo de Isaac “el profundo” por parte de sus compañeros. Al poco tiempo de licenciarse, Isaac Peral protagonizó una carrera fulgurante en la Armada, participando en la Guerra de los Diez Años en Cuba.
Peral comenzó a ser conocido por su condecoración a raíz de la III Guerra Carlista, pero su trabajo no se limitó al ámbito bélico. Sus dotes como ingeniero sirvieron para planificar un canal en Filipinas, además de obtener la cátedra de Física- Matemática en la Escuela de la Armada. Suyo es, también, un tratado teórico práctico sobre los huracanes.
Una vida plagada de desdichas
La decadencia del imperio produjo también la decadencia de la fuerza naval, con una flota envejecida y vulnerable por la dejadez de sus mandatarios y a merced de los piratas y sus adversarios en los territorios de ultramar. Para tratar de paliar este desastre inevitable, a Peral se le ocurrió investigar la construcción de un artilugio capaz de realizar ataques submarinos. En 1885, presentó su proyecto al ministerio de Marina de la época, siendo recibido con entusiasmo por su regente, el marqués de Pezuela. Pero pronto comenzaron los inconvenientes para nuestro protagonista. Los ministros que sustituyeron al marqués no compartían ningún interés por desarrollar lo que sería el primer submarino de la historia, por eso, no sería hasta 1888 cuando se probó con éxito el invento de Isaac Peral para expectación de todo el mundo… menos de algunas gentes de su propio país. Tras el rotundo éxito de la botadura del submarino, algunas autoridades comenzaron a ejecutar una campaña de desprestigio contra Peral, minando sus esperanzas de ver fabricado en serie su proyecto y renunciando a su puesto en la Marina. Fueron tales los ataques que el científico y militar tuvo que padecer, que se vio obligado a limpiar su imagen. Intentó por todos los medios que publicasen sus cartas defendiéndose, pero ningún medio quiso hacerse cargo. Sólo un pequeño periódico satírico accedió, previo pago por parte de Peral.
Pero, pese a ser condenado al ostracismo por gran parte de la corte española, Isaac Peral siguió demostrando que era un hombre fuera de lo común. Tras abandonar la Marina fundó varias empresas, como la Compañía Termoeléctrica del Manzanares, añadiendo a sus facetas de marino, ingeniero y científico, la de emprendedor.
Desgraciadamente, a Isaac Peral se le fue diagnosticado un cáncer y en 1895 se traslada a Berlín para ser operado. Algo salió mal y un descuido en las curas hizo que Peral falleciese de meningitis el 22 de mayo de ese mismo año.
A sus espaldas dejó una trayectoria brillante, pese a todas las dificultades que se le impusieron desde el poder. Vilipendiado y ninguneado durante muchos años por su país, Peral fue, sin duda, un ejemplo de cómo entregarse a una causa, aunque las circunstancias sean ingratas.